¿QUIÉN FUE MARÍA MONTESSORI?
Nacida en Chiaravelle (Italia) el 31 de agosto de 1870 en una familia de clase media, pudo asistir a la Universidad de Roma y estudiar Medicina, pese a que la institución no admitía a mujeres en esa carrera. No se sabe cómo logró cursarla, pero lo cierto es que en 1896 Montessori se convirtió en la primera doctora de Italia, obteniendo unas calificaciones sobresalientes. Fue una mujer muy adelantada para la época que le tocó vivir.
Al poco tiempo comenzó a trabajar como ayudante en el Departamento de Psiquiatría de la propia Universidad, interesándose por la educación de niños con deficiencias mentales. Aplicando métodos experimentales, a través de juegos y trabajos manuales, logró que esos niños aprendieran a leer, a escribir y que aprobaran los exámenes escolares. Su premisa era clara: había que dejar a un lado el rol del maestro dominante y dotar al alumno de un papel activo y dinámico en el proceso de aprendizaje. El alumno necesitaba ser estimulado, poder expresar sus gustos y preferencias y, por encima de todo, tener libertad para aprender y para equivocarse.
"Cuando un niño se siente seguro de sí mismo, deja de buscar aprobación en cada paso que da".
Basándose en estas ideas, Montessori fundó en 1907 en Roma la primera Casa para niños, un lugar en el que el mobiliario jugaba un papel muy importante. Dejó atrás las tradicionales aulas oscuras sin ventanas y la pizarra negra frente a la que los alumnos se alineaban en sus pupitres, cambiándolas por amplios espacios en los que los estudiantes podían moverse con libertad y llenó las aulas de materiales que contribuían a estimular el cerebro, intelecto y capacidades del niño, haciendo del aprendizaje un ameno juego.
En 1934 se vio obligada a exiliarse de Italia tras mostrarse crítica con el régimen fascista de Benito Mussolini que convertía a los jóvenes en pequeños soldados. Tras pasar un tiempo en Barcelona, finalmente se estableció en Holanda con su esposo y su hijo. Después de un periplo por la India —lugar en el que fueron muy bien acogidas sus ideas— pudo volver a Italia tras el fin de la II Guerra Mundial y, finalmente en 1949, se estableció definitivamente en Ámsterdam, donde fue nombrada al año siguiente doctora Honoris Causa. Estuvo nominada en tres ocasiones al Premio Nobel —1949, 1950 y 1951— y tristemente, murió en 1952 en Holanda a la edad de 81 años.
Aunque la mayoría de sus ideas nos puedan parecer hoy en día obvias y simples, debemos ser capaces de pensar en el enorme impacto que tuvieron en la renovación de los métodos pedagógicos en la sociedad de principios del siglo XX. No solo su labor pedagógica causó gran controversia entre los sectores más conservadores, si no que además fue una figura de gran valor e importancia en el movimiento feminista. En una época en la que la mujer no podía hacer básicamente nada sin el permiso de su padre o marido, Montessori consiguió destacar en la escuela y la Universidad, se convirtió en la primera titulada en Medicina de su país y logró ser una figura respetada y admirada a nivel mundial.
La metodología Montessori
Montessori basó sus ideas en respetar la figura del niño y su capacidad de aprender, respetando siempre los tiempos de cada persona. Partiendo de la base de no moldear a los niños a imagen y semejanza de los imperfectos padres y profesores, les daba la libertad de ser capaces por sí mismos de absorber los conocimientos que tenían a su alrededor. Los principios fundamentales de la Pedagogía Montessori se basan en la autonomía, la independencia, la iniciativa, la libre elección, el desarrollo de la voluntad, el orden, la concentración, la autodisciplina y el respeto por los demás y por uno mismo.
La capacidad del educador reside en amar y respetar al niño como una persona, siendo sensible a sus necesidades, y su rol se limita a la observación y guía del infante potenciando o proponiendo desafíos, cambios y novedades. El espacio de aprendizaje es clave para que sucedan cosas y por eso el maestro prepara todo minuciosamente, procurando que siempre haya un ambiente acogedor y ordenado. Cada niño tiene un ritmo distinto de aprendizaje y hay que respetar los tiempos particulares de cada uno valorando el logro de cada alumno en su momento. De esta manera se le da la oportunidad de satisfacer sus inquietudes con el fin de que logre ser un humano independiente, seguro y equilibrado, más que buscar que se convierta en un genio prodigio.
“El niño, guiado por un maestro interior, trabaja infatigablemente con alegría para construirse. Nosotros los educadores solo podemos ayudar”.
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